“El beneficio de estar preso es que te obliga a una introspección más profunda. Todo lo que a uno le parece importante (el poder, el dinero, la fama, las comodidades) en el fondo son transitorias y prescindibles. Casi todo lo que uno acumula es superfluo. Lo único permanente son las relaciones humanas y lo que has hecho y has vivido como ser humano”.
Nicolás Landes:
“Si el delito ya no existe, ¿por qué yo sigo preso?”
Nicolás Landes se enfrenta al reto de su vida: salir de la cárcel sin ser declarado culpable. Durante dos horas y media conversó en el pabellón A, del ex penal García Moreno, con COSAS.
todo empezó un 9 del 9 del 99. Ya son siete años y medio. Nicolás Landes ya estaría libre si de haberse quedado en el Ecuador hubiese sido condenado. Ahora, en el ex penal García Moreno, dedica todo el tiempo de encierro a su defensa, ni juega ecuavoley ni elabora artesanías u ocupa su mente en el parchis ni en las cartas, como los demás. Debajo de su cama (una litera que comparte con Jorge Hugo Reyes Torres) hay cuatro cajas de cartón con miles de documentos.
En la Internet sus ex empleados tienen un blog (www.bancopopulardelecuador. blogs pot.com) y fuera de la cárcel un grupo de amigos y familiares que le ayudan en todo. Son sus armas más cercanas para demostrar, como dice, su inocencia en los cinco procesos judiciales: tres por peculado y dos por estafa.
No cree en la justicia ecuatoriana. Muestra documentos, señala fechas y enumera nombres para aseverar que tiene todas las de perder si no se genera opinión pública con base en la verdad. “Lo más difícil es lidiar con la incertidumbre”, dice y tras un lapso de silencio reconoce: “Mi vida está en manos de terceros”.
El miércoles 7 de febrero de 2007 lleva 53 días detenido en Quito. Antes estuvo año y medio en la cárcel San Sebastián de San José, Costa Rica. Allí hizo 122 días de huelga de hambre y perdió 35 libras de peso. Ese miércoles luce mejor de cuando arribó al Ecuador, el 16 de diciembre de 2006: ha subido de peso, los cachetes están algo rosados, los pómulos menos pronunciados, su corte de pelo es perfecto.
Lleva una camisa crema sin planchar, un jean algo ajustado a sus piernas y caderas, medias grises y zapatos cafés. No come mucho ni tampoco hace ejercicio (“ahora me tocará hacer mientras esté aquí”) y se muestra seguro y cauteloso para moverse por el pabellón A, de alta seguridad. Saluda cordialmente con César Fernández, acusado de narcotráfico.
Junto a su celda está la de Oscar Caranqui, acusado de narcotráfico y otros crímenes. La suya tiene una litera, que de largo no pasa del 1,80 metros y donde Landes debe entrar con las justas, una pequeña mesa, un televisor de 16 pulgadas, una refrigeradora pequeña, una mínima biblioteca con varios libros todavía por leer, entre ellos Memorias de una Geisha y Las travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.
Durante dos horas y media de conversación, en la biblioteca del pabellón (donde hay una computadora flamante, un scanner, libros de Octavio Paz, una colección completa de la serie Cultura, del Banco Central, y muchos ejemplares de las colecciones Ariel de literatura universal, entre otros), se muestra a ratos dolido, aguerrido y sereno para, con papeles en mano, argumentar su inocencia. Sabe que se encuentra ante el reto de su vida.
¿Cómo es posible que el hombre que hizo una carrera de banquero brillante, emprendedor y creativo se dejó envolver, en lo que él dice, fue una confabulación para acabar con la empresa de su vida, el Banco Popular del Ecuador? Mira al techo, respira y con resignación responde: “Hubo algo de ingenuidad y el no estar en el juego del poder político me tiene aquí”.
Además, explica que visto hacia atrás es un proceso deprimente y que la lucha que tiene por delante es por sobrevivir. Tiene menos miedo de lo que vivió en la cárcel de San Sebastián. Vio de cerca agresiones y grescas muy violentas. Allí se leyó por completo la Biblia. En el ex penal de Quito se siente un poco más seguro.
Y más allá de los juicios y de su prestigio destruido le duelen dos cosas a las cuales se refiere con intenso dolor, al hablar no mueve un músculo y su mirada es profunda: sus tres hijos y no poder sostener una relación ‘normal’ con su novia, Ana Cecilia Alvarado. Cuando se le menciona si sus hijos guardan algún resentimiento con él por haberlos llevado a esta situación, se queda callado por un minuto y llora. Lo hace con lágrimas gruesas y se las limpia disimuladamente con su índice derecho. Es un momento tenso que intenta superar al decir: “Ya pasó”.
Luego, con más calma, añade: “En mis hijos hay un malestar con el país”. Sobre su relación amorosa confiesa que se ha construido en la adversidad y parecería que se ha soldado con la distancia, las escasas ocasiones para hacer el amor (las ‘quedadas’ son cada 15 días y son cuando las parejas pueden dormir juntos en la celda, para lo cual se arreglan con sus compañeros de celda).
Reconoce que durante su carrera de banquero no les dio a sus hijos todo el tiempo que merecían “Me perdí parte de su adolescencia y eso no se recupera nunca. No sé cuánto daño les puedo haber causado”. Lo mismo a sus parientes y amigos más cercanos.
Y en sus últimos siete años también, por estar ocupado en su defensa y en las salidas, primero de Estados Unidos, luego de Panamá y en los últimos meses por la reclusión en Costa Rica y ahora en Ecuador. De hecho comenta que ha vivido cada año los siete círculos del infierno, aunque reflexiona que ha sido menos duro llegar a la cárcel, porque no ocurrió de un solo golpe sino que cada año vivió situaciones cada vez más dolorosas.
“El beneficio de estar preso es que te obliga a una introspección más profunda. Todo lo que a uno le parece importante (el poder, el dinero, la fama, las comodidades) en el fondo son transitorias y prescindibles. Casi todo lo que uno acumula es superfluo. Lo único permanente son las relaciones humanas y lo que has hecho y has vivido como ser humano”. Lo dice al reconocer también que cuando era un banquero exitoso ‘medio mundo estaba a tu servicio’.
Ahora, insiste, es él frente a todos y todo, sin nada más que su verdad. Antes tenía un equipo de profesionales, como explica, que trabajaban con un sentido de alta responsabilidad, pero niega que haya tenido un jet y autos de lujo. “Mi auto era un Mercedes Benz de segunda mano”. No niega haber poseído caballos, pero indica que eran de sus hijos.
“Mi dedicación era a la banca: no tenía empresas en otras ramas y menos firmas vinculadas para hacerme de una fortuna. Un banquero debe dedicarse a la banca, nada más. Por eso pude llegar a donde llegué y construí un banco solvente que pudo enfrentar la crisis y pagar a sus clientes, en el ciento por ciento. Mi única cuenta corriente era del Popular”, cuenta.
Su rutina diaria es preparar su defensa. Los días de visita le llevan comida sus parientes. Ese miércoles 7 de febrero le llevaron cebiches y los compartió con su hermana, sobrina y Hugo Reyes Torres, en el patio del pabellón A, bajo unas sombrillas rojas de la Coca Cola y en unas mesas del mismo color. En los demás días, hay una persona que prepara la comida, “de buena calidad”, para los internos de esa sección de alta seguridad. Escucha jazz o música clásica. No es muy dado a las artes.
Se entera de la noticias por la televisión y no lleva un diario ni piensa escribir un libro. Cree que es algo muy complejo, pero agradecería si alguien lo puede hacer, pues tendría una buena historia con todo lo que ha ocurrido. “Mi vida es como una película, mucho más intensa de las que vemos en la televisión”.
Con una sonrisa entre amable e irónica dice que los abogados deberían hacerle un monumento por toda la plata que se ganaron en su defensa, a costa de jueces que no iban a dictar nunca un fallo a su favor. “Durante los últimos siete años no he podido trabajar y no cuento con un centavo. Vivo de la caridad ajena. Todo lo vendí o lo incautaron, primero para responder a los clientes y luego para financiar mi defensa”.
Sobre su situación jurídica es contundente: “No hay juez que se atreva a declarar mi inocencia”. El 31 de agosto pasado, el Tercer Tribunal Penal de Pichincha en Ecuador consideró que el delito por el cual se solicitó a Landes en extradición a tres países en cuatro ocasiones, no había existido.
Absolvió a todos los implicados del presunto peculado, menos a Landes, que no fue juzgado. Los absueltos son: Ernesto Rivadeneira García, Francisco Rosales Ramos, Salomón Gutt, Rubén Ordóñez Villacreces, Jean Daniel Benoit, William de la Rosa, Fernando Armendáriz Saona y Renán Fabián Encalada Garrido. Entonces Landes sostiene: “Si el delito por el que fuimos procesados no existe, ¿por qué yo sigo preso?”
El 9 de septiembre de 1999 Landes fue destituido del Banco Popular por el entonces superintendente de Bancos, Jorge Guzmán. Al otro día salió Landes con destino a los Estados Unidos, según él para garantizar su defensa. Ahí empezó su drama.
Y hay algo más: dos hipótesis que le dan vigor y sostén vitales para superar esta etapa difícil a sus 56 años de vida. La primera es que fue víctima del ex presidente colombiano Andrés Pastrana, para proteger a un grupo de íntimos amigos suyos vinculados al Banco del Pacífico, de ese país. Según Landes, Pastrana autorizó una persecución judicial, civil y penal, contra el Banco Andino de Colombia (propiedad del Grupo Popular), contra el Banco Popular del Ecuador (BPE) y contra él.
“El gobierno colombiano fraguó un escándalo que sirvió de cortina de humo para esconder los delitos bancarios cometidos por aquellos altos funcionarios vinculados al Banco del Pacífico”, acota. Al pedir nombres, el ex banquero dice que es una lista larga, pero hay uno que ocupa la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno: fue accionista de WestSphere Capital Andina desde su fundación y como embajador de Colombia en Washington, se desempeñó como Presidente del Directorio de Banco del Pacífico del Ecuador, la casa matriz, gracias a la representación de WestSphere.
Para refutar todo esto y esclarecer su situación, explica, “no tuve palancas en el poder político ni en los medios de comunicación”. Fueron otros los que hicieron el trabajo sin que él les solicitara pues sucedió que en la política colombiana resultó demasiado sospechoso el desbarajuste de dos bancos que se mostraban sólidos y solventes.
Hay dos libros, de autores colombianos, que le dan la razón a Landes. Los farsantes, de Alberto Donadío, y El caso del Banco del Pacífico, del senador Gustavo Petro. Las dos obras fueron leídas por el autor de esta nota y las dos coinciden con Landes y refuerzan otros argumentos que, a la postre han llevado a que los juicios iniciados en Estados Unidos y Bogotá hayan terminado a favor de Landes.
La segunda hipótesis es que en Ecuador, Jorge Guzmán, en 1999 superintendente de Bancos, tuvo la clara intención de cerrar el Banco Popular. ¿La razón? Beneficiar al Pacífico de acá, con el cual se había intentado una fusión. Pero también señala un hecho anterior. En 1987, Guzmán fue enjuiciado, pero no sentenciado, por sobregiros de la empresa de la que formaba parte GUMETASA. El juicio lo inicio el Popular.
Entre que se aclaran estas hipótesis y se desarrollan los juicios, Landes no piensa ni sueña cómo será su vida al salir de la cárcel. Al despedirnos su ánimo es más distendido y se le nota algo cansado. Se percibe como si habría contado toda su vida, pero todavía le quedan muchas cosas para denunciar, como aquella de que un ex canciller ecuatoriano, antes de ocupar el cargo, le fue a ofrecer sus servicios profesionales de abogado de prestigio, y al asumir la cancillería pidió la extradición de Landes. Con la mirada parece decir: “Todo a su tiempo”.
Orlando Pérez
Fotos: Tatiana Oquendo
Quiénes perdieron con el Popular
Los perjudicados del Banco Popular se cuentan por cientos y cada uno tiene una historia que contar y su propia versión de los hechos. En un breve sondeo, en su mayoría los consultados prefieren no hablar mucho del tema, pues para algunos es un caso cerrado en su vida.
Otros, como Francisco Acosta señala que la AGD es la única instancia que debe responder por los 20 millones de dólares que le adeuda a 400 familias, en el denominado 'Fideicomiso Solidez'. En este fideicomiso se encuentran cuatro organizaciones religiosas y personas del ámbito empresarial y político, como ex ministros, periodistas, artistas y empresarios reconocidos que prefieren comentar desde el anonimato.
Un ex alto directivo del Popular no quiere hablar del tema: “El juicio no ha terminado y es muy delicado para mí emitir cualquier criterio”. Una pareja de esposos de la tercera edad cuenta que con los Fondos Visión mantenían una vida digna y sin aprietos. Reconocen que fue una forma fácil y directa de percibir dinero mensualmente. Y creen que Nicolás Landes fue el mayor responsable al no advertir de lo que iba ocurrir y salir del país sin responder aquí por cada uno de los juicios. “A la larga, los perjudicados fuimos todos y no hay más que voltear la página”, dicen con cierta resignación.
EX POPULARES
“Lo que sabemos hoy se lo debemos a él”
Es un grupo grande, más de 200 los que lo conforman. Se autodenominan los ex populares y desde hace siete años trabajan con un objetivo: luchar incansablemente por limpiar su nombre y hacer conocer la verdad de lo que sucedió hace siete años, aquel septiembre del 99, cuando sus vidas cambiaron para siempre. De la noche a la mañana perdieron sus trabajos, sus ahorros, sus inversiones, pues muchos eran accionistas del Banco, y como si fuera poco, se vieron perseguidos y tildados de banqueros corruptos.
“Un día llegó una acusación para una compañera que tenía hijos pequeños y tuvo que esconderse y separarse de ellos por tres meses hasta que todo se aclarara. Ese día ocurrió el turning point, dijimos basta con esta cacería de brujas, nos tomamos la oficina de Miguel Dávila, en ese entonces Administrador del Banco, y él, en un gesto muy noble, nos dio la razón” sostiene Bernarda Mena, una de las líderes del grupo, quien además tuvo el coraje junto a otras compañeras de viajar a Bogotá para hacerse escuchar por los medios de comunicación y llevar una carta exigiendo una disculpa formal por parte del gobierno colombiano.
Y es que las mujeres, y ésta es una convicción mía, somos más aguerridas que los hombres, más comprometidas y menos corruptas, por eso no es casualidad que en este grupo la mayoría sean mujeres, porque desde un principio demostraron en el Popular, cuando trabajaban para Landes, que sobresalían por sus méritos.
De los 800 empleados, un 70 por ciento estaba constituido por mujeres, y aunque son un grupo mixto, son principalmente ellas las que hoy por hoy están apoyando incondicionalmente la defensa de su ex jefe, “él fue un buen líder, nos pagaba buenos sueldos, nos respetó, nos capacitó, nos catapultó, nos dio responsabilidades”, agrega Bernarda enfatizando que para ellas la lealtad y la amistad no son negociables.
Alicia de Trejo, quien trabajó para Nicolás Landes cerca de 10 años, cuenta que en una conversación con él se podía aprender muchísimo, “tenía una energía y generosidad enormes para transmitir sus conocimientos”, a lo que Piedad Alvarez, quién lo conoció desde que era gerente del Citibank, agrega “delegaba mucho, por lo que a Nicolás uno no le podía fallar. Lo que somos y sabemos hoy se lo debemos a él”.
Ahora el grupo está organizado en comisiones y se encargan de la ropa, la alimentación en la cárcel y por supuesto de apoyar su defensa.
¿Lo culparon alguna vez de la hecatombe? Nunca, responden al unísono, “porque con él las cosas eran muy abiertas y al final del día, nosotros fuimos también parte de la decisión”. A lo que José Garaicoa agrega “todos los que trabajamos en el Popular sabemos que el banco fue bien administrado, enfocado solo en banca, con códigos de ética muy rígidos, con políticas operativas y de riesgos claras. Sia esto se agrega que tenemos el convencimiento que el gobierno colombiano se equivocó, de qué otra forma podemos actuar sino apoyando a Nicolás Lándes”.
Lo que ninguno entiende es cómo una persona con esas cualidades profesionales y humanas está viviendo lo que está viviendo, pero han dejado de preguntarse el por qué, ahora la pregunta es para qué.
El sufrimiento lo ha cambiado, concuerdan, si bien antes era sencillo y accesible, su trato era frío, seco, parco. Piedad recuerda una ocasión cuando fue a visitar a la clínica a Catalina, su ex esposa, que había dado a luz a su tercer hijo, Nicolás aislado en su rincón seguía trabajando, revisando apuntes. En la cárcel se ha vuelto más expresivo en el lado afectivo.
Su única hermana y también ex empleada del Popular, Elizabeth Landes, desde Guayaquil recuerda de sus años de infancia, que Nicolás era un excelente alumno, competitivo y que no sabía perder. “Mi padre siempre comentaba que tenía que enseñar a su hijo a ser un buen perdedor, mira tú qué lección la vida le está dando”.
Claudia González